Pequeños
Se ve desde aquí el invierno
como una isla chiquitita.
Del perímetro de una cama, el mismo
que la palma de tu mano, cubierta en el paseo
por la palma de mi mano y rodeada por mis dedos
por todos sus lados excepto por tu muñeca
ístmica.
Hay que creer en las cosas pequeñas, me dices.
Este invierno que nos parece tan magro
irá engordándose de nubes negras y a base
de pasar cada vez más tiempo en casa
llegará un momento en el que ocupe todas las conversaciones
en transportes públicos y programas matutinos.
Entonces pasaremos los días más cortos deseando
quitarnos de encima este hermano menor que ya
no cabe por la puerta de la habitación; y las noches más
largas
frotándonos los pies como las moscas
para volvernos incandescentes por un momento.
Adelantaremos los relojes, viajaremos al hemisferio sur,
pero no lograremos quitárnoslo de encima
hasta que una mañana mire por la ventana y vea,
desde allí, una primavera,
mínima como un diente de león en un campo de girasoles.
Y le susurres al oído, lo justo para que salga corriendo
a por ella antes de que se la lleve el viento:
hay que creer en las cosas pequeñas.
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